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Manel Temprado. Praxis Racional, o cómo provocar la reflexión en el otro

Comentario del video de Ran Lahav

Ran Lahav


A decir verdad, me siento bastante identificado con Ran Lahav. Llega al mundo de la filosofía buscando respuestas sobre la vida, la vida real que le rodea y de la que él forma parte, y la filosofía es aquella disciplina que se plantea preguntas sobre la vida real y, en la medida de lo posible, intenta hallar respuestas.

Pero, una vez enfrascado en el estudio de la filosofía, se percató que su desarrollo no era tan “real” como deseaba. Era un modo de entender la filosofía de una manera muy teórica y abstracta, a pesar de que la filosofía hablaba de la vida, era muy difícil vivir esa filosofía. No se podían aplicar esos conocimientos a la propia vida.

Así que la pregunta por la cual cursó filosofía seguía sin respuesta, “¿cómo vivir la vida?” Intentando responder a esa pregunta, Lahav entra en contacto en 1992, en Israel, con uno de los primeros grupos que empiezan a trabajar en una nueva disciplina denominada Philosophical Practice. Traducción al inglés del término acuñado por el filósofo alemán Achenbach: Philosophische Praxis und Beratung.

La idea principal de Achenbach era llevar la filosofía, el pensamiento filosófico a la vida cotidiana. Que las personas sin una formación filosófica pudieran acercarse a los conocimientos cosechados por 2500 años de tradición. Para llevar a cabo este acercamiento, Achenbach tomó prestado el marco de trabajo usual en las psicoterapias. Se abría un espacio dónde un cliente “visitaba” al filósofo y le exponía sus problemas/dilemas/cuestiones y el filósofo le intentaba ayudar. Esta manera peculiar de aplicar la filosofía marcó el desarrollo ulterior de la disciplina, haciendo de la nueva disciplina una suerte de Philosophical Counselling. Se utilizaba la filosofía para resolver los problemas cotidianos de las personas. Lahav esta visión de la disciplina como visión de la solución de problemas.

Para Lahav, la filosofía era algo mucho más profundo y elevado. La concibe como una búsqueda de la sabiduría, una búsqueda de algo más profundo y elevado consistente en una indagación personal con el objetivo de llevar una vida más profunda y consciente de sí misma.

Lahav apostará por una evolución de la disciplina, desde el primer paradigma terapéutico acuñado por Achenbach, postura también continuada por muchos otros, como Marinoff en EE.UU, Peter Raabe en Canadá, o Tim Lebon en Inglaterra. Todos ellos muy próximos a la disciplina ya existente y conocida como “terapia cognitiva”, según Lahav todos estos “consejeros filosóficos” no hacen otra cosa que terapia cognitiva, dónde la finalidad es muy clara, se busca la felicidad del cliente, independientemente de si la reflexión que se lleva a cabo sea profunda o no, lo realmente importante es que el cliente salga feliz de la consulta.

Para Lahav, la filosofía no busca la felicidad, sino la sabiduría. Por ello, la finalidad de la filosofía no es resolver problemas, sino plantearlos. Este planteamiento del problema conlleva un desarrollo de nuestra autocomprensión, al ser más conscientes de nuestra posición en el mundo, haciéndonos ser más conscientes de las cuestiones básicas con las que nos enfrentamos en la vida, en nuestra vida cotidiana estamos respondiendo todo el tiempo a cuestiones filosóficas básicas, no sólo en nuestros pensamientos, sino también en nuestras elecciones, en nuestras emociones, en nuestras esperanzas y anhelos. Esta segunda visión de la Filosofía Práctica tendría como objetivo exponer nuestras respuestas cotidianas a cuestiones filosóficas básicas. El objetivo es que seamos filósofos en nuestra vida cotidiana, que estemos filosofando a través de nuestras emociones, a través de las decisiones que tomamos, a través de nuestro comportamiento.

Sin embargo, Lahav no se queda contento con esta segunda visión. Si la aspiración es a la sabiduría, no podemos contentarnos con el desarrollo de nuestra autocomprensión, hemos de trascender este ámbito y elevarnos en el conocimiento hasta alcanzar la sabiduría. Lahav comenta que este plano también se denomina Bildung, que significa “formarse” o “educarse a sí mismo”. La idea de esta tercera visión es que la filosofía nos puede transformar y poner nuestra vida en diferentes coordenadas si es que la filosofía se puede convertir en nuestro modo de vida, no simplemente en algo con lo que miramos la vida en la oficina del Consejero. La idea es que puedo vivir filosóficamente, no sólo pensar filosóficamente sobre mi vida.


Video de Ran Lahav sobre práctica filosófica.

Video de Ran Lahav sobre práctica filosófica.

Video de Ran Lahav sobre práctica filosófica, dónde defiende esta disciplina como la filosofía del siglo XXI.

http://video.google.com/videoplay?docid=-7540146123628132197&hl=en

Lectura de ¿Qué es la Ilustración?

1. La Ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Kant responde a la pregunta formulada en un diario de la época “¿Qué es Ilustración?” de esta manera, es la salida del hombre de su minoría de edad. Por “salida” cabría entender un dejar atrás un estadio anterior, en este caso la minoría de edad. Pero esta salida, este dejar atrás no es un acontecimiento que le sobrevenga al hombre sin más, por casualidad, sino que es una apuesta firme del hombre por parte del hombre mismo. La salida, no es una circunstancia, sino algo que por lo que el hombre mismo apuesta. La voluntad del hombre decide libremente abandonar su minoría de edad.

2. Él mismo es culpable de ella. El hombre es culpable de su propia minoría de edad. Si el hombre no ha abrazado su mayoría de edad es porque no ha tenido hasta el momento la voluntad de hacerlo. No reside en un problema de entendimiento, sino de voluntad.

3. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse de la propia razón sin la dirección de otro. El menor de edad es aquel que se muestra no facultado para servirse de la propia razón sin la dirección de otro. Por eso la falta es aún mayor, si cabe, puesto que la falta reside en la voluntad, no el entendimiento. Si el hombre quisiera podría emplear su propia razón, para su propia guía. Kant no está postulando que la Ilustración sea la época de un nuevo conocimiento sobre las cosas, de un mayor conocimiento, sino la época en que los hombres apuesten encarecidamente por el uso propio de la razón. La Ilustración responde más que a una serie de contenidos, a un cambio actitudinal, es un cambio en la actitud del hombre. Por tanto cabría hablar del acontecimiento de una nueva actitud, la actitud ilustrada.

4. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él sin la conducción de otro. La Ilustración no reside en una serie de contenidos que sería preciso aprender, sino en una actitud. Es por ello que Kant recrimina a los hombres que no apuestan decididamente por la ilustración, no es algo que haya que comprender, sino una actitud que hay que adoptar frente a todo, frente a la vida, también frente a nosotros mismos. La actitud ilustrada es aquella actitud de los hombres que siguen a su propia razón, que no tienen miedo a su propio entendimiento. No desean seguir siendo dirigidos por otros, conducidos por otros, sino que quieren, que exigen ser dueños de sus propios actos siguiendo el criterio que otorga el propio entendimiento.

5. Sapere aude!! ¡Ten en valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración. Atrévete a pensar es el lema de la ilustración. No reclama piensa esto o aquello, sino simplemente piensa. Adopta una actitud activa y haz uso de tu propia capacidad de reflexión. En ningún caso Kant está postulando por una serie de contenidos positivos que deberían ser los correctos, o en un uso específico de la razón, o un modelo teórico al cual seguir. No, está apostando por una actitud fundamental y fundamentadora, la actitud que sigue los designios del propio entendimiento. Una actitud que se retroalimenta a ella misma, puesto que los contenidos del pensamiento, son el mismo pensamiento.

6. La mayoría de los hombres, (…) permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida debido a la pereza y a la cobardía. El mensaje ilustrado es un mensaje revolucionario que viene a revolver las conciencias que andan adormiladas, pero que facultativamente todas pueden acogerse a su mensaje. No establece ningún contenido de verdad, sino sólo la actitud de aquel que piensa lo que le dicta su propio entendimiento. Es una actitud valiente y activa.

7. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. El tutor no sería aquel personaje que supiera más, sino que teniendo tal arrojo de la voluntad se ha erigido en tutor.

8. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. En el fondo el tema que se trata es la comodidad del menor de edad, el no tener responsabilidades implica el no realizar ningún esfuerzo.

9. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. La tarea de pensar es una tarea ardua, laboriosa y que requiere de gran esfuerzo por parte de la persona. En ningún momento, se está diciendo que haya persones con mayor o menor capacidad para pensar, sino que todas las personas podrían, si quisieran, tomar parte en el esfuerzo de pensar.

10. Como la mayoría de los hombres tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia. El pensamiento no es cuestión de capacidad, sino de voluntad, es una facultad de la que todos pueden disponer. Sírvete de tu propio entendimiento. No tengas miedo.

11. A cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. El hombre en general ya se ha acostumbrado a esta actitud de pura recepción, de no actividad del entendimiento. Por esta no actividad continuada del entendimiento le será difícil salir de su estado de minoría de edad. A cada hombre individual, parece que aquí Kant está queriendo decir que a cada hombre de manera individual le será complicado salir de su estado de minoría de edad. ¿Cómo habrá de salir ese hombre de su estado de minoría de edad, cuando parece estar tan arraigado en su mismo ser?

12. Por el momento es incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Este hombre en el estado de minoría de edad, no es capaz de servirse del propio entendimiento, puesto que jamás se le ha permitido hacer tal cosa. Ahora bien, si por un lado la época ilustrada es aquella que marca un hito según el cual el hombre sale de su estado de minoría de edad, y por otra ese mismo hombre no puede por sí mismo hacer uso de su propio entendimiento, sencillamente porque jamás se le ha entrenado, jamás se le ha dicho que posee esa capacidad, entonces ¿cómo será posible que el hombre salga de su estado de minoría de edad? Que el hombre abrace el mensaje ilustrado, el mensaje de la liberación?

13. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. La forma de las ligaduras al estado de minoría de edad toman la forma de la misma naturaleza del hombre, la propia racionalidad es el medio como se esclaviza a los hombres. La ligadura toma forma de prejuicios: reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional. Kant estaría apostando por una no mecanicidad del entendimiento. El entendimiento como algo creativo.

14. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizás diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso. ¿Cómo se conseguiría salir del estado de minoría de edad? Mediante el propio esfuerzo, por eso son pocos los que lo logran. Kant, podemos pensar, sería un ejemplo de ese gran esfuerzo de emancipación. Vendrían a ser algo así como iluminados, puesto que lo cierto es que no hay ningún motivo para tal cosa, nadie se lo ha dicho que pueden usar su propio entendimiento, sino que ellos solos por sí mismos han echado a andar bajo su cuenta y riesgo. Podemos inducir que el lenguaje que habla la Ilustración es el lenguaje de la filosofía. La filosofía es un mensaje eleutérico, de liberación de las cadenas. Como en Platón y su mito de la caverna.


Kant:: ¿Qué es Ilustración?

Kant:: ¿Qué es Ilustración?

La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.

Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.

Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al público bajo ese yugo, estando después obligados a someterse al mismo. Tal cosa ocurre cuando algunos, por sí mismos incapaces de toda ilustración, los incitan a la sublevación: tan dañoso es inculcar prejuicios, ya que ellos terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores. Luego, el público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión inJuliada y ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de pensamiento.

Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un único señor dice en el mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi respuesta: el uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración.

Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la máquina, se la considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene que obedecer.

Pero no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto docto, acerca de los defectos del servicio militar y presentarlas ante el juicio del público. El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una censura impertinente a esa carga, en el momento que deba pagarla, puede ser castigada por escandalosa (pues podría ocasionar resistencias generales). Pero, sin embargo, no actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente sus ideas acerca de la inconveniencia o injusticia de tales impuestos. De la misma manera, un sacerdote está obligado a enseñar a sus catecúmenos y a su comunidad según el símbolo de la Iglesia a que sirve, puesto que ha sido admitido en ella con esa condición. Pero, como docto, tiene plena libertad, y hasta la misión, de comunicar al público sus ideas --cuidadosamente examinadas y bien intencionadas-- acerca de los defectos de ese símbolo; es decir, debe exponer al público las proposiciones relativas a un mejoramiento de las instituciones, referidas a la religión y a la Iglesia. En esto no hay nada que pueda provocar en él escrúpulos de conciencia. Presentará lo que enseña en virtud de su función --en tanto conductor de la Iglesia-- como algo que no ha de enseñar con arbitraria libertad, y según sus propias opiniones, porque se ha comprometido a predicar de acuerdo con prescripciones y en nombre de una autoridad ajena. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello, para lo cual se sirve de determinados argumentos. En tal ocasión deducirá todo lo que es útil para su comunidad de proposiciones a las que él mismo no se sometería con plena convicción; pero se ha comprometido a exponerlas, porque no es absolutamente imposible que en ellas se oculte cierta verdad que, al menos, no es en todos los casos contraria a la religión íntima. Si no creyese esto último, no podría conservar su función sin sentir los reproches de su conciencia moral, y tendría que renunciar. Luego el uso que un predicador hace de su razón ante la comunidad es meramente privado, puesto que dicha comunidad sólo constituye una reunión familiar, por amplia que sea. Con respecto a la misma, el sacerdote no es libre, ni tampoco debe serlo, puesto que ejecuta una orden que le es extraña. Como docto, en cambio, que habla mediante escritos al público, propiamente dicho, es decir, al mundo, el sacerdote gozará, dentro del uso público de su razón, de una ilimitada libertad para servirse de la misma y, de ese modo, para hablar en nombre propio. En efecto, pretender que los tutores del pueblo (en cuestiones espirituales) sean también menores de edad, constituye un absurdo capaz de desembocar en la eternización de la insensatez.

Pero una sociedad eclesiástica tal, un sínodo semejante de la Iglesia, es decir, una classis de reverendos (como la llaman los holandeses) ¿no podría acaso comprometerse y jurar sobre algún símbolo invariable que llevaría así a una incesante y suprema tutela sobre cada uno de sus miembros y, mediante ellos, sobre el pueblo? ¿De ese modo no lograría eternizarse? Digo que es absolutamente imposible. Semejante contrato, que excluiría para siempre toda ulterior ilustración del género humano es, en sí mismo, sin más nulo e inexistente, aunque fuera confirmado por el poder supremo, el congreso y los más solemnes tratados de paz. Una época no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente en la condición de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, promover la ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya destinación originaria consiste, justamente, en ese progresar. La posteridad está plenamente justificada para rechazar aquellos decretos, aceptados de modo incompetente y criminal. La piedra de toque de todo lo que se puede decidir como ley para un pueblo yace en esta cuestión: ¿un pueblo podría imponerse a sí mismo semejante ley? Eso podría ocurrir si por así decirlo, tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado tiempo, una ley mejor, capaz de introducir cierta ordenación. Pero, al mismo tiempo, cada ciudadano, principalmente los sacerdotes, en calidad de doctos, debieran tener libertad de llevar sus observaciones públicamente, es decir, por escrito, acerca de los defectos de la actual institución. Mientras tanto --hasta que la intelección de la cualidad de estos asuntos se hubiese extendido lo suficiente y estuviese confirmada, de tal modo que el acuerdo de su voces (aunque no la de todos) pudiera elevar ante el trono una propuesta para proteger las comunidades que se habían unido en una dirección modificada de la religión, según los conceptos propios de una comprensión más ilustrada, sin impedir que los que quieran permanecer fieles a la antigua lo hagan así-- mientras tanto, pues, perduraría el orden establecido. Pero constituye algo absolutamente prohibido unirse por una constitución religiosa inconmovible, que públicamente no debe ser puesta en duda por nadie, aunque más no fuese durante lo que dura la vida de un hombre, y que aniquila y torna infecundo un período del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento, tornándose, incluso, nociva para la posteridad. Un hombre, con respecto a su propia persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisición de una ilustración que está obligado a poseer; pero renunciar a ella, con relación a la propia persona, y con mayor razón aún con referencia a la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por sí mismo, menos lo podrá hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad legisladora se debe a que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo. Si el monarca se inquieta para que cualquier verdadero o presunto perfeccionamiento se concilie con el orden civil, podrá permitir que los súbditos hagan por sí mismos lo que consideran necesario para la salvación de sus almas. Se trata de algo que no le concierne; en cambio, le importará mucho evitar que unos a los otros se impidan con violencia trabajar, con toda la capacidad de que son capaces, por la determinación y fomento de dicha salvación.

Inclusive se agravaría su majestad si se mezclase en estas cosas, sometiendo a inspección gubernamental los escritos con que los súbditos tratan de exponer sus pensamientos con pureza, salvo que lo hiciera convencido del propio y supremo dictamen intelectual --con lo cual se prestaría al reproche Caesar non est supra grammaticos-- o que rebajara su poder supremo lo suficiente como para amparar dentro del Estado el despotismo clerical de algunos tiranos, ejercido sobre los restantes súbditos.

Luego, si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración. Todavía falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condición, sean capaces o estén en posición de servirse bien y con seguridad del propio entendimiento, sin acudir a extraña conducción. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar libremente por el logro de esa meta, y los obstáculos para una ilustración general, o para la salida de una culpable minoría de edad, son cada vez menores. Ya tenemos claros indicios de ello. Desde este punto de vista, nuestro tiempo es la época de la ilustración o "el siglo de Federico".

Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que sostiene como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religión, sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza al altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia razón en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral. Bajo él, dignísimos clérigos --sin perjuicio de sus deberes profesionales-- pueden someter al mundo, en su calidad de doctos, libre y públicamente, los juicios y opiniones que en ciertos puntos se apartan del símbolo aceptado. Tal libertad es aún mayor entre los que no están limitados por algún deber profesional. Este espíritu de libertad se extiende también exteriormente, alcanzando incluso los lugares en que debe luchar contra los obstáculos externos de un gobierno que equivoca sus obligaciones. Tal circunstancia constituye un claro ejemplo para este último, pues tratándose de la libertad, no debe haber la menor preocupación por la paz exterior y la solidaridad de la comunidad. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por propio trabajo, siempre que no se trate de mantenerlos artificiosamente en esa condición.

He puesto el punto principal de la ilustración --es decir, del hecho por el cual el hombre sale de una minoría de edad de la que es culpable-- en la cuestión religiosa, porque para las artes y las ciencias los que dominan no tienen ningún interés en representar el papel de tutores de sus súbditos. Además, la minoría de edad en cuestiones religiosas es la que ofrece mayor peligro: también es la más deshonrosa. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esa libertad llega todavía más lejos y comprende que, en lo referente a la legislación, no es peligroso permitir que los súbditos hagan un uso público de la propia razón y expongan públicamente al mundo los pensamientos relativos a una concepción más perfecta de esa legislación, la que puede incluir una franca crítica a la existente. También en esto damos un brillante ejemplo, pues ningún monarca se anticipó al que nosotros honramos.

Pero sólo alguien que por estar ilustrado no teme las sombras y, al mismo tiempo, dispone de un ejército numeroso y disciplinado, que les garantiza a los ciudadanos una paz interior, sólo él podrá decir algo que no es lícito en un Estado libre: ¡razonad tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced! Se muestra aquí una extraña y no esperada marcha de las cosas humanas; pero si la contemplamos en la amplitud de su trayectoria, todo es en ella paradójico. Un mayor grado de libertad civil parecería ventajoso para la libertad del espíritu del pueblo y, sin embargo, le fija límites infranqueables. Un grado menor, en cambio, le procura espacio para la extensión de todos sus poderes. Una vez que la Naturaleza, bajo esta dura cáscara, ha desarrollado la semilla que cuida con extrema ternura, es decir, la inclinación y disposición al libre pensamiento, ese hecho repercute gradualmente sobre el modo de sentir del pueblo (con lo cual éste va siendo poco a poco más capaz de una libertad de obrar) y hasta en los principios de gobierno, que encuentra como provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad, puesto que es algo más que una máquina.

Manel Temprado, Orientador Filosòfic (OrFi)

Manel Temprado, Orientador Filosòfic (OrFi)

Con este blog me estreno en castellano. Muchos amigos de Sevilla me habían pedido que hiciera uno en castellano, así que al final me he decidido. Mi idea es ir publicando parelamente en los dos blogs. A ver si lo logro.

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